Una reflexión periodística

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Ha publicado “El Diario Montañés” (foto) mi artículo titulado “La máquina”, basado en un pequeño detalle mecánico que me sugirió una reflexión periodística. Espero que os guste, amigos de la web. He aquí su texto:

Hace unos días, tras repostar en la gasolinera, cuando coloqué la manguera en su sitio escuché una voz femenina que, en tono muy agradable, dijo: “Muchas gracias”. Giré sobre mis talones y comprobé que allí no había nadie. Era la máquina quien activaba el efecto cuando el automovilista de turno concluía la auto-operación. “Muchas gracias”. ¡Qué bien sonó! Tan bien que me dieron ganas de desmontar el surtidor y llevarle en el coche para enseñarles a unos cuantos humanos (¿?) a ser agradecidos, a tener un mínimo detalle cuando se les atiende con amabilidad o se les hace un favor. Va de cráneo la sociedad actual en determinados aspectos. Ejemplo claro: en las formas. Conozco a montones de individuos, teóricamente con raciocinio, incapaces de dar las gracias cuando alguien hace algo bueno para ellos y de decir “buenos días” al llegar o “adiós” al partir. Todos sufrimos a gente así. Abunda como la mala yerba. Son tipos que ignoran que cuesta lo mismo ser amable que no, que cuesta lo mismo ser agradable que no, que cuesta lo mismo esbozar una sonrisa que no. Lo mismo. Igualito.

Mal síntoma es que hoy resulte gran noticia haber encontrado en el camino a alguien amable, destacar esa actitud como si se tratara de un acontecimiento. Igual de malo que cuando se subraya con entusiasmo la brillante tarea ejecutada por un buen profesional. Ambos casos demuestran que la regla general es la mediocridad tanto en el ámbito de la delicadeza como en la cualificación. Menos mal que la intensa fuerza de quienes están preparados arrolla a los numerosos inútiles que pueblan el planeta Tierra y que el afán por atizar el fuego de la cordialidad eclipsa la apatía de los zombies con DNI, especie también extensa e inextinguible. Menos mal. Si no, no sé qué sería de nosotros.

Los hechos cantan a diario. El listón de la sensibilidad del homo sapiens está tan bajo que hasta las máquinas le (es decir, nos) dan constantes lecciones. Se veía venir: ya hay ingenios técnicos mucho más educados que determinadas personas.